3/16/2010

El mediador de EE UU planta a Israel

Un poco de zanahoria sin esconder el palo. La jefa de la diplomacia estadounidense, Hillary Clinton, habló ayer sobre el indestructible compromiso de Washington respecto a la seguridad de Israel, pero esta vez reclamó a cambio que el Gobierno de Benjamín Netanyahu también dé su brazo a torcer. "Funcionarios de Estados Unidos e Israel negocian intensamente sobre las medidas que permitan demostrar el compromiso israelí con el proceso de paz", apuntó la secretaria de Estado. Cuestionaba así la sinceridad del primer ministro israelí, quien ha prometido que en Jerusalén Este se seguirán construyendo colonias judías, pese al rechazo de la comunidad internacional, al tiempo que reiteraba que su país siempre ha demostrado voluntad de negociar la paz. La controversia persiste. De momento, el enviado de Barack Obama y mediador entre israelíes y palestinos, George Mitchell, ha cancelado su visita a Israel a la espera de que Tel Aviv acceda a cumplir las demandas estadounidenses.

En primer lugar, EE UU exige que Netanyahu cancele oficialmente el plan de construir 1.600 viviendas en un barrio ultraortodoxo judío de Jerusalén Oriental, ocupado por Israel desde 1967. Esta decisión ha espoleado una crisis, sin precedentes en los últimos 35 años, tras ser anunciada durante la visita oficial del vicepresidente de EE UU, Joseph Biden, la semana pasada. Fue un "insulto", en palabras de Clinton. Asimismo, la Casa Blanca demanda que se transfiera a la Autoridad Palestina otra buena porción de la Cisjordania ocupada, la liberación de cientos de prisioneros palestinos y el alivio del bloqueo económico a Gaza. La secretaria de Estado incluso animó a Hamás a sumarse al proceso de paz, palabras que deben haber disgustado al primer ministro israelí.

Israel, al menos en la presente coyuntura, no ha salido triunfador en lo que en la jerga diplomática en inglés se denomina el blame game, el juego de las culpas. Israel siempre ha contado con la ayuda de EE UU a la hora de señalar a los palestinos como responsables del fracaso de las negociaciones en 2000, cuando se acuñó la coletilla: "No tenemos socio para la paz". Sin embargo, la Administración de Obama no tiene nada claro que hoy pueda afirmarse lo mismo.

Obama se está cobrando venganza por el desplante a Biden. El presidente Obama, que exigió al inicio de su mandato la paralización total de la construcción en los territorios ocupados, ha sido desairado por Netanyahu, que prometió una congelación parcial en la edificación que se ha revelado una farsa. Lo explicaba gráficamente el lunes el diario Maariv con una viñeta: Obama -del que ya se han impreso en Israel camisetas con turbante y la leyenda "Obama Bin Laden"- cocina en un caldero a Netanyahu, probablemente a fuego lento, porque la pugna entre dos líderes que sienten aversión mutua promete no acabar en este episodio. ¿Fue deliberada la humillación al vicepresidente Biden, cuando se anunció la expansión de la colonia de Ramat Shlomo? Se ignora. Pero el mensaje fue nítido: Jerusalén -en realidad, dos ciudades que se dan la espalda- no es negociable. En este asunto, Israel está solo.

No se verán las caras Obama y Netanyahu durante la estancia de éste en Washington, con motivo de la reunión que esta semana celebra uno de los grupos de presión judíos que con más ardor defiende los intereses de Israel en EE UU. Obama se encontrará en Indonesia, en viaje oficial.

Y el primer ministro israelí, cuya capacidad de gestión se pone estos días en entredicho, deberá regresar a Israel a apagar fuegos. Netanyahu ha colocado a su país en una tesitura muy delicada. Y ahora debe adoptar una decisión peliaguda. Si accede a las exigencias de Washington, el embrollo en la fragmentada coalición de Gobierno, plagada de partidos de la extrema derecha, está casi garantizado. "Creía que podía adoptar el lema de los dos Estados para los dos pueblos y al mismo tiempo sabotear la capacidad palestina para establecer su Estado; que podía abrazar al vicepresidente Joe Biden y mostrar el dedo corazón a la Administración de EE UU; y creía que podía exigir al presidente palestino, Mahmud Abbas, reiniciar las negociaciones mientras le colocaba chinchetas en la silla", rezaba un crítico editorial de Haaretz.

La Autoridad Palestina, por una vez, se frota las manos. En esta ocasión sus dirigentes no son señalados como culpables.

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